Una evaluación centrada en el aprendizaje


Hace menos de un mes, realicé una colaboración con un artículo en la Plataforma "Evaluacción". Podéis leerlo en esta entrada, o accediendo a la fuente original AQUÍ.

Espero que sea de vuestro agrado...


EVALUAR para "PRENDER"

Sí, he escrito “PRENDER”. No se me ha olvidado la “A”. La evaluación es una manera de mantener “vivo” el proceso de enseñanza y aprendizaje. De la misma forma que provocamos la curiosidad y las ganas de aprender en el aula, tenemos que favorecer ese espíritu de mejora, esa revisión constante que es parte de la metacognición, esa actitud que nos permite conseguir lo mejor de nosotros mismos y dar sentido al esfuerzo realizado.

Evitemos que el objetivo de nuestras chicas y nuestros chicos sea aprobar exámenes. Consigamos que mantengan sus ganas de aprender, a pesar de los fallos y gracias a ellos.


Una buena evaluación, parte de tres sentimientos principales.
El primero, es que el alumnado se sienta motivado al ser consciente de su proceso y de la diversidad (qué puedo mejorar, en qué momento estoy, qué se me da bien, qué me gusta más, no hay no hay personas listas o tontas, tenemos capacidades distintas).

El segundo, es que sienta la confianza y compañía de docentes y familia (me ayudan, confían en mis posibilidades, me conocen, también aprenden y mejoran ellos gracias a mí, son un ejemplo de lo que transmiten, no se obsesionan por mis notas).

Y el tercero, es que se sienta optimista entendiendo el “error” como parte del aprendizaje (no me sale, pero puedo intentarlo de otra forma, y si sigue sin salir, me siento en compañía).



Y esta buena evaluación, incluye dos ideas fundamentales:

Tiene que ser continua, con una actitud de seguimiento y formativa, para reconducir la estructura del proceso de enseñanza y aprendizaje si fuese necesario.

La evaluación en su uso tradicional, pretende simplemente “calificar”, siendo su objetivo principal “clasificar” a estudiantes por niveles. He llegado a oír en alguna ocasión: “Vamos a preparar un examen donde haya preguntas para que solo unos pocos tengan sobresaliente, y luego otras preguntas de mínimos para que apruebe toda la clase”.



Por esta razón, esos exámenes o pruebas realizadas, solo pretenden calcular un “número” que sitúe a las alumnas y a los alumnos dentro de una horquilla establecida por una norma general.
Esta idea queda muy lejos de conseguir una educación inclusiva, y favorece el fracaso escolar. Y lo peor de todo, es que se ha conseguido convencer a las personas de que el sistema dice quiénes son los “buenos” y quiénes son los “justitos”.


Otro aspecto erróneo muy importante, es creer que comprensión y aprendizaje son el mismo concepto.
Hay una frase que le escuché hace tiempo a José Ramón Gamo en una charla sobre neurociencia, que la tengo muy presente desde entonces:
“Una cosa es que los alumnos comprendan lo que trabajamos en clase, y otra muy distinta es que lo hayan aprendido. El aprendizaje es un proceso que va más allá, es un proceso intrapersonal”.

Esta afirmación me ha ayudado mucho a mejorar las estrategias asociadas al proceso de enseñanza. Y cada vez soy más consciente de que son muchos los alumnos, que tras comprender perfectamente conceptos en clase, tienen dificultades para recuperar o aplicar la información en determinados momentos.

Este último aspecto nos tiene que ayudar a dar importancia al uso de metodologías activas, al “saber hacer”, al “aprender haciendo”, donde los alumnos transforman la comprensión en aprendizaje, y generan “conocimiento”.
Es por esto por lo que la evaluación debe formar parte del proceso, y no reducirse exclusivamente a pruebas finales. Así además, evitamos abusar de pruebas teóricas, que no garantizan el aprendizaje auténtico, y que evalúan exclusivamente la capacidad para memorizar datos.



Y, ¿qué hago yo en el aula? ¿Cómo llevo a cabo la evaluación?

Hubo una época en la que yo también formaba parte de ese profesorado que basaba su nota en la media de varios exámenes. El primer paso fue intentar disponer de más notas, de más pruebas, o de rúbricas que me hiciesen una media más objetiva. Incluso utilicé aplicaciones para hacerlo más divertido. El problema era que seguía pensando de manera errónea. Pensaba en calificar.
¿Qué diferencia había entre tener un 5 o un 7? La diferencia era que la media saldría más alta o más baja. Sin embargo, el proceso mantenía la misma estructura, y todos pasaban por el mismo “rasero”.
No utilizaba esas pruebas para modificar los “cómos” de la enseñanza ni del aprendizaje. Y lo peor de todo, es que estaba encasillando a mis alumnas y a mis alumnos en distintos niveles. “Encasillar” es no atender a la diversidad, es marcar el mismo objetivo para todos, y dejar claro que cada uno se queda con su “etiqueta”.


El siguiente paso fue transmitir a mis chicos que el examen no era importante, que lo importante era aprender. La idea era quitar esos nervios y esa obsesión, introduciendo dinámicas emocionales de confianza en el aula. Pero claro, si luego las notas eran reflejo de exámenes y pruebas, mi credibilidad era baja.


Finalmente, me di cuenta de la necesidad de reestructurar el proceso. De aprovechar todas esas pruebas, rúbricas, portfolios, juegos de clase, y demás, para valorar dónde estaban, y partir de ahí para continuar. Incluso detectar qué dinámicas de aula no eran adecuadas para determinados objetivos.

Entré de golpe en la evaluación “real” del proceso de enseñanza y aprendizaje. Una evaluación formativa, donde el proceso cobra vida en cada momento, en cada valoración y revisión. Se valora lo que sabes, y lo que eres capaz de hacer con lo que sabes. No hay mayor satisfacción que la de ser consciente que a pesar de tus limitaciones en algunos ámbitos, estás mejorando y aprendiendo en los mismos.



El clima de confianza que se crea en el aula, es un gran vínculo emocional con mis estudiantes. Dejarles hacer juntos un examen, no estar pendientes de si “copian”, fomentar el que se ayuden sin dar soluciones, transmitir cuánto me ayudan a mejorar como profe cuando fallan, porque tengo que pensar nuevos recorridos en su aprendizaje…

Os garantizo que su actitud ante la evaluación cambia radicalmente. Se dan cuenta de que confías en ellos, y de que quieres lo mejor para ellos. Te ven convencido de lo que haces, y eso contagia. Tienen ganas de aprender. Empiezan a profundizar sobre los aspectos que trabajamos, dejando de lado poco a poco la famosa pregunta de las cinco “es”; ¿Esto entra en el examen?, (cuyo post de dos minutos de lectura recomiendo leer, y que escribí poco antes de aplicar los nuevos cambios en mi manera de evaluar).


Actualmente, sigo utilizando rúbricas, juegos de clase, y esas aplicaciones y plataformas que gamifican las dinámicas del aula. Pero ahora tienen sentido. Cada herramienta de evaluación aporta información que intentamos utilizar y sacarle el máximo rendimiento para redirigir el proceso de enseñanza y aprendizaje. Utilizo el plural porque la evaluación es cosa de todas y de todos. Coevaluamos, nos autoevaluamos, nos evalúan…

Entre mis aplicaciones preferidas, están CoRubrics, Padlet, Quizizz y Plickers.



Para terminar, me gustaría compartir que no siempre es posible llegar a todos los alumnos y a todas las alumnas, que no disponemos del tiempo necesario para llevar a cabo una buena evaluación, y que cambiar a esta manera de evaluar es un proceso que requiere tiempo, preparación y esfuerzo. Pero a pesar de todo, merece la pena, porque cada “poco” que hagamos, es un salto enorme en relación a lo que hacíamos.


Ahora la evaluación, también nos permite aprender.



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